Comienzo a pedalear por una carretera asfaltada que bordea la costa. El cielo está cubierto y llueve ligeramente. Y a me habían avisado que esta zona es húmeda y llueve con frecuencia, no pasa nada, es verano austral. Hay algo de tráfico y algunos repechos, en el alto de uno de ellos, paro a desayunar.
Sigo sin ponerme los culottes, pensando que esto es un calentamiento, a lo tonto, me hago los 50 kmts que me llevan hasta caleta La Arena, donde me monto en un barco que me cruza hasta Puelche. Media hora de travesía. Puelche no es más que un embarcadero, pero hay una especie de merendero un poco más arriba. Ha salido el sol y aprovecho para comer un poco. Me encuentro con cuatro ciclistas chilenos, llevan sus alforjas y sus carpas, tiendas de campaña que llamamos, y hablando con ellos me percato que sus planes no pasan de 30 o 40 kmts diarios. Van con bambas y bermudas, así que me siento “normal” con mi ropa de calle y continúo con mi pedaleo por la carretera asfaltada que bordea la costa hasta Contao.
En Contao vuelvo a parar y vuelvo a dudar. Hasta Hornopirén quedan 50 kmts por el interior, y por la costa es llano y más interesante, pero se alarga 15 o 20 kmts más. Con tiempo me voy por la costa y duermo en cualquiera de los pueblos del camino. Por cualquiera de las dos opciones, se termina el cómodo asfalto y comienza el ripio. Me quedan 4 horas de luz y después de descansar un rato, me arriesgo a llegar hasta Hornopirén donde tengo que tomar otro ferry al día siguiente.
Al principio bien, pero al rato empiezo a acusar el cansancio de todo el día, el cambio a peor de la superficie por la que ruedo, lo repechos que se me hacen eternos y duros y el agobio de querer llegar hasta Hornopirén sin tener que usar la frontal. Me veo obligado a ponerme en modo automático, en rodar sin disfrutar, en economizar fuerzas sin poder parar. Me cago en todo, sobre todo en mi cabezonería. Llego a perder una bolsa que llevo mal atada en encima de las alforjas, porque ya me tiro a saco en las bajadas. Por suerte me doy cuenta y doy media vuelta hasta que la encuentro.
Once horas después de haber salido de Puerto Montt, llego a Hornopirén anocheciendo y al límite de mis fuerzas. Mis sensaciones son contradictorias, internamente maldigo mi estupidez, pero externamente suelto las manos del manillar y grito de alegría a la entrada del pueblo por conseguir semejante “machada”.
Mi alegría dura poco, cuando paro en un pequeño albergue y la señora me dice que solo hay un barco al día para ir hacia Chaitén, y que no hay plazas en cuatro días, por lo menos. Aquí sí que me hundo, la carretera austral es carretera y ferrys o barcazas, y cuando tomas un ferry es porque no hay otra opción de avanzar hacia el sur. Me ducho y me dirijo con mi bici al embarcadero no se con que esperanza. Allí está todo desierto, no hay nadie a quien preguntar.
Asumiendo un frustrado inicio de recorrer la carretera austral, me voy a cenar con mapas para ver que alternativa de viaje puedo hacer. Me armo de valor y vuelvo a preguntar por el ferry, y me lo confirman, no hay pasajes por varios días. Pero para vehículos, para ciclistas y caminantes siempre hay plazas. ¡Joder! Qué a gusto me voy a dormir.