Arranco temprano por la mañana, al mismo tiempo que arranca el sol hacia un cielo totalmente despejado. Al salir de Chaitén me encuentro con una carretera perfectamente asfaltada y sin tráfico. Ruedo, despacio, pero muy a gusto. Solo me incomoda un poco de aire de cara que sopla continuo. Me habían dicho que casi siempre sopla el viento de norte a sur, pero también que llueve con frecuencia y ya me empiezo a quemar la cara.
Ruedo feliz entre montañas coronadas por enormes glaciares. Llevo las alforjas cargadas con la comida que compré ayer en Chaitén, y agua no me falta, por todas partes hay ríos y manantiales de agua mineral. Me levanto de la bici y acelero, me siento, me suelto de manos, grito, canto silbo, estoy disfrutando como un perro cuando le sueltas la correa. Ayer me hice el recorrido en ferry y pickup, ya me he recuperado de la paliza del primer día, voy con fuerza, controlándome. Tengo todo el día por delante.
A los 30 kmts, en el cruce de Termas de Amarillo hay un camping y unos chalets. Paro a desayunar y a quitarme algo de ropa, el frío va dejando paso tímidamente al calor. Ya he rodado un par de horas, pero como iba medio dormido y sin desayunar, no las cuento, empiezo ahora. Sigo adelante por la misma carretera lisa como el marmol. Despacio, disfrutando del paisaje y gozando de la bici. Al rato me encuentro de frente con tres chavalas holandesas que vienen de Usuahia y van hasta Perú. Jode un poquito cuando te encuentras con esta gente que se pasa meses y yo tengo tres semanas o un mes. Pero es envidia sana y las admiro y me alegro por ellas. Les pido que me saquen una foto y sigo adelante. Feliz.
Pedaleo 20 kmts más y llego a Puerto Cardenas. Son cuatro casas y no hay nada más, así que cruzo el puente y bajo a la orilla del lago Yelcho a descansar y comer algo. Me hace falta descansar porque ya he visto que, a partir del puente, la carretera pierde su asfalto. No es que sea malo, me consuelo, pero ya no es lo mismo. Cuando me monto de nuevo en la bici, me doy cuenta de que no sólo es la desaparición del asfalto, también comienza una larga cuesta, o eso me parece a mí, y dura, también eso me parece. Los pocos vehículos que pasan ya no lo hacen sin más, ahora te dejan un souvenir de polvo que dura un rato. Empiezo a estar cansado.
Tras una empinada bajada, y 30 kmts más en las piernas, llego a Villa Santa Lucía. Bonito nombre para un pequeño pueblo de casas bajas extendido en una llanura. La gente con la que me encuentro no es muy agradable, posiblemente mala suerte, así que no tardo en montar de nuevo en mi bici pensando en encontrar algo más adelante. Ya llevo 80 kmts recorridos y hasta La Junta me quedan 70 kmts más. Ya me han avisado que en estos 70 kmts están trabajando las máquinas, ensanchando la carretera y echando piedra. En un futuro la asfaltarán, pero ahora hay tramos de llano en el difícilmente puedes avanzar con el desarrollo más ligero. Desesperante, pero calma, si tengo que echar la carpa en cualquier sitio lo hago, como todo el mundo.
A los 30 kmts alcanzo a dos chavales chilenos y me junto a ellos. Yo voy despacio, eso me parece, pero ellos un poco más. Rodamos juntos hasta que llegamos a Villa Vanguardia. Aquí me dicen que ellos siguen hasta La Junta, y yo hago cálculos, quedan unos 30 kmts, unas 3 horas de luz, el piso es un horror y no hay más que repechos. Esto unido a que llevo casi 10 horas desde que he salido de Chaitén, decido quedarme. Nos despedimos y me tumbo en una campa delante de una de las cuatro casas que forman el pueblo. Pienso que no es mal sitio para montar la carpa y dormir.
Pero como soy idiota, sin remedio, al rato de estar ahí, de comprobar que no se ve un ser viviente y que la pequeña tienda de comestibles está cerrada, me incorporo, y en un arrebato de malentendida autoestima, me monto en la bici. ¡Que coño! ¡Yo! ¿No soy capaz de llegar hasta La Junta? Pensando en la alegre vida de este pueblo, con restaurantes, albergues y parques, agarro con fuerza el manillar y, como un puñetero robot, empiezo a pedalear. Alcanzo a los dos chavales, pero su ritmo es desesperadamente lento para semejante reto, y sigo adelante. Ya no canto, ni suelto las manos del manillar, ni miro el paisaje ni saco fotos. Solo intento no maldecir y escudriñar el camino para pasar por la parte menos mala de la carretera.
A la izquierda, veo a una pareja de ciclistas que se han metido por un camino para acampar junto al río. Me entran las dudas y voy mirando de reojo sitios buenos para acampar, pero no, me castigo y sigo. Me doy cuenta que algunos repechos los subo más rápido andando que sobre la bici, y aprovecho para desentumecer los músculos. Destrozado mi cuerpo, mi mente solo se centra en avanzar, avanzar y avanzar. Tan concentrado estoy, que no me percato de que se me ha puesto una pickup a la par. Hasta que no bajan la ventanilla y me gritan, no giro la cabeza. Veo unos trabajadores que se ríen, debe ser de mi cara de zombi, pero llego a entender algo así como un ofrecimiento para subir. ¡Joder! Desconecto el automático, echo mano a los frenos y lanzo mi bici al pickup. Me hago un hueco en la cabina, sin el más mínimo remordimiento por mi mal olor, y me pongo en otro modo automático, el de responder a preguntas y comentarios jocosos durante unos cuantos kilómetros. Llegamos a La Junta. ¡Gracias tíos! Gracias.