Viaje Nicaragua

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Cosigüina

Me parecía muy interesante conocer algo de Nicaragua con mi bici, pero tampoco era cuestión de ponerme a pedalear por el país sin más, así, a lo loco. Tampoco tenía muchos días antes de volverme a casa, por lo que me pareció una buena idea recorrer toda la costa del Pacífico desde el norte al sur, todo lo cerca del mar que se pudiera. Una vez creado el objetivo, lo más importante era ponerse en marcha, marco el punto más al norte que veo, empaqueto mi bici y me monto en un bus que me llevaría desde Costa Rica hasta Managua. Al día siguiente otro bus que me llevaría hasta Chinandega. Et voilà, ya estaba pedaleando por una carretera que no tardaría en convertirse en una pista de tierra y que me llevaría hasta la localidad de Potosí, otro Potosí, este a orillas del golfo de Fonseca que baña las costas de Nicaragua, Honduras y El Salvador.

   Tanto en Costa Rica como en Managua, a los que les contaba el recorrido que tenía previsto hacer, me advertían de los grandes peligros que corría. Me decían que eran zonas muy alejadas, que me podían asaltar por los caminos y no sé cuantas cosas más. Mi primer día de pedaleo hacia la península de Cosigüina fueron de soltar piernas y de girar mi cabeza hacia todos lados para controlar todo lo que me rodeara. Me habían metido miedo y desconfiaba de todo. En estos casos lo que suelo hacer es sentarme en algún garito de carretera, tomar algo y observar. Nadie parecía prestarme mucha atención. Esta zona no está en la ruta de los que recorren el continente americano en bici, pero seguro que no soy el primero que pasa con sus alforjas por esta pista de tierra. Cuando llego a Potosí, dejo mis cosas en un pequeño y agradable hotel. Me reciben con mucha amabilidad y me indican atentamente la ruta que debo tomar al día siguiente para ascender al volcán Cosigüina y donde puedo encontrar guías que me puedan acompañar. No sé, de momento  no veo gente asilvestrada ni a nadie que me quiera asaltar.

   Me doy una vuelta por el pueblo. La playa que da al golfo de Fonseca no es muy bonita en el sentido de tomar el sol y darse un baño, pero por ahí veo a unos pescadores descargando la pesca de sus barcas, unos cerdos en la orilla comiéndose las medusas varadas -buen sistema para eliminarlas de la arena- y un poco más allá unos jóvenes cascándose un partido de futbol de campeonato. Sigo caminando hacia el sur y me encuentro una rústica y enorme piscina construida con muros de cemento y que recoge las aguas termales de uno de los muchos manantiales que hay por la zona. Ahí está todo el pueblo bañándose, los niños por un lado chapoteando y gritando, y los mayores por el otro charlando tranquilamente con el cuerpo metido en las aguas termales. Como no, yo también me meto al agua, nado un poco y saco fotos. Oigo a mis espaldas a los adultos que hablan entre sí y entiendo algo sobre un “gringo”, me giro y veo que me están mirando. Les digo que de gringo tengo muy poco y se ríen a carcajadas, al tiempo que veo que tienen una botella de ron “Flor de Caña”, una Pepsi grande y vasos de plástico. Enseguida nos ponemos a hablar y me ofrecen un trago, ya la hemos liado.

   Cuando les cuento que al día siguiente quiero subir al volcán, me sorprendo al enterarme que ellos no han subido nunca, viviendo toda su vida allí, al pie del volcán Cosigüina. Me sorprendo pero no debería, a todos nos pasa que tenemos cerca lugares maravillosos y no los conocemos. Peor aún, encima nos vamos a descubrir lugares lejanos. El caso es que entre trago y trago consigo convencerles para subir al día siguiente. Son agricultores, plantan maní o cacahuete, y quedo que al día siguiente pasaré a buscarles para subir a primera hora. Nos chocamos las manos como forma de cumplir el compromiso y me marcho con uno de sus hijos para saber dónde viven. Estos no se me escapan, yo quiero subir y ellos van a venir conmigo.

   Al día siguiente aparezco a primera hora en las cabañas del campo donde el hijo me había enseñado que vivían. Me cuesta despertarles con la resaca que tienen, pero lo consigo, y tras dejarles desayunar nos montamos en una pickup hasta donde acaba la pista y empieza el bosque y la subida al volcán.

    El Cosigüina tiene 850 mts de altitud y en su cráter de 2 kilómetros de diámetro hay una espectacular laguna. La última vez que reventó fue en 1835 y es el tercer volcán con la erupción más bestia en los últimos 500 años, formando la península en la ahora estamos. Subimos por el bosque, sin dejar de jadear y con continuas paradas. Primero a visitar a unos que viven en una cabaña en mitad de la selva, luego a pegar tiros con una escopeta, hasta que, sin salir todavía del bosque y cuando se empina de verdad, uno de ellos se sienta en una raíz y me dice que no puede más. Nos sentamos todos al tiempo que abro mi mochila y saco una botella de “Flor de Caña”. Nos reímos todos, al gordito se le iluminan los ojos y, así, chupito a chupito conseguimos llegar al borde del cráter. Mis amigos gritaban viendo la espectacular laguna en el fondo del cráter, abrían los brazos levantando la cabeza hacia el cielo y señalaban el golfo de Fonseca en toda su amplitud, la costa de Honduras y la de El Salvador.

 ¡Qué momentazo!

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