Santiago de Chile – Puerto Montt
Aeropuerto de llegada, Santiago de Chile, aeropuerto de salida Buenos Aires, entre medio, algo menos de un mes para montarme en mi bicicleta y avanzar para descubrir. Como siempre, aparte del vuelo y el tiempo del que dispongo, no tengo muy claro lo que haré. Como referencia, la carretera Austral, que además suena muy bien.
Así que, llego a Santiago a medianoche y a mediatarde del día siguiente, ya estoy montado en un autobús para recorrer los 1000 kmts que me separan de Puerto Montt. Como soy capaz de dormir encima de una piedra, no se me hace pesado el viaje, y mi bici, ya por la mañana, sale intacta de la bodega del bus. Está sin estrenar y, a pesar de los 299 pavos que me ha costado, las piezas van encajando, un poco más de improvisación… Ya con las alforjas y demás, no tiene muy mala pinta, así que me siento en el malecón de Puerto Montt, despliego el mapa y empiezo a pensar hacia que lugar me dirijo.
No puedo dudar mucho porque sino me estanco y pierdo un día. Puedo ir hacia el oeste, hacia Pargua para cruzar a la isla de Chiloé y de allí a Castro donde tendré que embarcarme para volver al continente en Chaitén. O, tirar hacia el este hacia Chaitén, pero todo por la carretera austral. Todo el mundo dice que Chiloé es muy bonito, pero calculo 3 días, contra los dos días que calculo por la carretera austral. Así estoy hasta que se me ocurre preguntarle a un paisano de Puerto Montt y, sin dudarlo, me dice que mucho mejor y más bonito por la carretera austral y, eso termina de convencerme, los barcos de Castro a Chaitén solo cruzan un par de veces por semana.
Ya está, no lo dudo más, ya he perdido mucho tiempo así que, sin ponerme los culottes, con la misma ropa que llevaba en el autobús, me monto en la bici y empiezo a recorrer mis primeros kilómetros. Si me quedo un rato más sentado en el malecón, empiezo a pensar en lo a gusto que estaría en el sofá de casa y no arranco.
Puerto Montt – Hornopiren
Comienzo a pedalear por una carretera asfaltada que bordea la costa. El cielo está cubierto y llueve ligeramente. Y a me habían avisado que estazona es húmeda y llueve con frecuencia, no pasa nada, es verano austral. Hay algo de tráfico y algunos repechos, en el alto de uno de ellos, paro a desayunar.
Sigo sin ponerme los culottes, pensando que esto es un calentamiento, a lo tonto, me hago los 50 kmts que me llevan hasta caleta La Arena, donde me monto en un barco que me cruza hasta Puelche. Media hora de travesía. Puelche no es más que un embarcadero, pero hay una especie de merendero un poco más arriba. Ha salido el sol y aprovecho para comer un poco. Me encuentro con cuatro ciclistas chilenos, llevan sus alforjas y sus carpas, tiendas de campaña que llamamos, y hablando con ellos me percato que sus planes no pasan de 30 o 40 kmts diarios. Van con bambas y bermudas, así que me siento “normal” con mi ropa de calle y continúo con mi pedaleo por la carretera asfaltada que bordea la costa hasta Contao.
En Contao vuelvo a parar y vuelvo a dudar. Hasta Hornopirén quedan 50 kmts por el interior, y por la costa es llano y más interesante, pero se alarga15 o 20 kmts más. Con tiempo me voy por la costa y duermo en cualquiera de los pueblos del camino. Por cualquiera de las dos opciones, se termina el cómodo asfalto y comienza el ripio. Me quedan 4 horas de luz y después de descansar un rato, me arriesgo a llegar hasta Hornopirén donde tengo que tomar otro ferry al día siguiente.
Al principio bien, pero al rato empiezo a acusar el cansancio de todo el día, el cambio a peor de la superficie por la que ruedo, lo repechos que se me hacen eternos y duros y el agobio de querer llegar hasta Hornopirén sin tener que usar la frontal. Me veo obligado a ponerme en modo automático, en rodar sin disfrutar, en economizar fuerzas sin poder parar. Me cago en todo, sobre todo en mi cabezonería. Llego a perder una bolsa que llevo mal atada en encima de las alforjas, porque ya me tiro a saco en las bajadas. Por suerte me doy cuenta y doy media vuelta hasta que la encuentro.
Once horas después de haber salido de Puerto Montt, llego a Hornopirén anocheciendo y al límite de mis fuerzas. Mis sensaciones son contradictorias, internamente maldigo mi estupidez, pero externamente suelto las manos del manillar y grito de alegría a la entrada del pueblo por conseguir semejante “machada”.
Mi alegría dura poco, cuando paro en un pequeño albergue y la señora me dice que solo hay un barco al día para ir hacia Chaitén, y que no hay plazas en cuatro días, por lo menos. Aquí sí que me hundo, la carretera austral es carretera y ferrys o barcazas, y cuando tomas un ferry es porque no hay otra opción de avanzar hacia el sur. Me ducho y me dirijo con mi bici al embarcadero no se con que esperanza. Allí está todo desierto, no hay nadie a quien preguntar.
Asumiendo un frustrado inicio de recorrer la carretera austral, me voy a cenar con mapas para ver que alternativa de viaje puedo hacer. Me armo de valor y vuelvo a preguntar por el ferry, y me lo confirman, no hay pasajes por varios días. Pero para vehículos, para ciclistas y caminantes siempre hay plazas. ¡Joder! Qué a gusto me voy a dormir.
Hornopiren – Chaitén
Con tiempo de antelación, me dirijo al embarcadero donde me encuentro una larga fila de coches esperando para embarcar en el ferry. También me encuentro con media docena de ciclistas. Mi inquietud se despeja cuando me venden el pasaje pero, en el momento de comprarlo, me piden que intente colocar mi bici encima de alguno de los vehículos porque no hay mucho espacio.
En cuanto empiezan a embarcar, me dirijo a una pareja de chilenos que viajan en un pickup y, tras una pequeña duda, acceden a subir mi bicicleta. Colocados mi bici y yo, disfruto de las tres horas y pico de placida navegación hacia el interior del fiordo hasta el embarcadero de Leptetú. El billete es hasta Caleta Gonzalo, a 55 kmts de Chaitén, por lo que incluye esta primera travesía, 10 kmts en autobús hasta el siguiente fiordo y una hora más de navegación para atravesar este fiordo entre la rampa de Fiordo Largo y la rampa de Caleta Gonzalo.
Mi bici sale montada en la Pick up y yo marcho más tarde y recorro los 10 kmts en el bus. Los otros ciclistas hacen este tramo sobre sus bicis, pero la mía ya no está y, la verdad, estoy machacado de la víspera. No tengo ningún remordimiento. Lo que no sabía es la siguiente travesía se realiza en un barco más pequeño, así que cuando llego a la rampa de Fiordo Largo, veo que mi bici está zarpando subida sobre el pick up que ha subido al primer barco. El segundo tarda en llegar y toda mi placidez del día se va al garete. Ya está, ya la he líado, he hecho lo que nunca tengo que hacer, separarme de mi bici.
Que sea lo que tenga que ser. Así que intento disfrutar del paisaje sobre la barcaza, aunque a veces me asalta la duda si se habrán marchado con mi bici o , la habrán dejado tirada en Caleta Gonzalo. Pero no, allí estaban, esperándome, en lo alto de la rampa con la bici subida a su pick up. No tienen muy buena cara cuando me ven subir la rampa corriendo, pero no se me ocurre otra cosa que ponerme a reir cuando llego hasta ellos. Por suerte, su reacción fue la de ver la parte cómica de la situación y, al final, también les hizo gracia tener que estar retrasando su viaje de vacaciones por un puñetero ciclista al que no conocen de nada.
Después de reírnos un rato y cruzar unas palabras, no nos planteamos ninguna otra opción que montarnos todos en el coche y arrancar en dirección a Chaitén. Yo creo que ellos no quieren perder más tiempo bajando la bici, y yo, además de saber que no puedo llegar de día hasta Chaitén, sigo acusando la paliza de la víspera. La verdad es que me da un poco de pena no hacer estos 55 kmts en bici y poder ver con más detenimiento los montes quemados por el volcán Chaitén. Podía haber ido hasta un camping que hay a mitad de camino, pero me excuso con la idea de que así gano tiempo, porque no se si tendré tiempo de hacer toda la carretera Austral.
Llego a Chaitén y me sobra tiempo. Bien, no pasa nada, merece la pena, aquí hay mochileros y ciclistas que pasan varios días. Yo salgo mañana.
Chaitén – La Junta
Arranco temprano por la mañana, al mismo tiempo que arranca el sol hacia un cielo totalmente despejado. Al salir de Chaitén me encuentro con una carretera perfectamente asfaltada y sin tráfico. Ruedo, despacio, pero muy a gusto. Solo me incomoda un poco de aire de cara que sopla continuo. Me habían dicho que casi siempre sopla el viento de norte a sur, pero también que llueve con frecuencia y ya me empiezo a quemar la cara.
Ruedo feliz entre montañas coronadas por enormes glaciares. Llevo las alforjas cargadas con la comida que compré ayer en Chaitén, y agua no me falta, por todas partes hay ríos y manantiales de agua mineral. Me levanto de la bici y acelero, me siento, me suelto de manos, grito, canto silbo, estoy disfrutando como un perro cuando le sueltas la correa. Ayer me hice el recorrido en ferry y pickup, ya me he recuperado de la paliza del primer día, voy con fuerza, controlándome. Tengo todo el día por delante.
A los 30 kmts, en el cruce de Termas de Amarillo hay un camping y unos chalets. Paro a desayunar y a quitarme algo de ropa, el frío va dejando paso tímidamente al calor. Ya he rodado un par de horas, pero como iba medio dormido y sin desayunar, no las cuento, empiezo ahora. Sigo adelante por la misma carretera lisa como el marmol. Despacio, disfrutando del paisaje y gozando de la bici. Al rato me encuentro de frente con tres chavalas holandesas que vienen de Usuahia y van hasta Perú. Jode un poquito cuando te encuentras con esta gente que se pasa meses y yo tengo tres semanas o un mes. Pero es envidia sana y las admiro y me alegro por ellas. Les pido que me saquen una foto y sigo adelante. Feliz.
Pedaleo 20 kmts más y llego a Puerto Cardenas. Son cuatro casas y no hay nada más, así que cruzo el puente y bajo a la orilla del lago Yelcho a descansar y comer algo. Me hace falta descansar porque ya he visto que, a partir del puente, la carretera pierde su asfalto. No es que sea malo, me consuelo, pero ya no es lo mismo. Cuando me monto de nuevo en la bici, me doy cuenta de que no sólo es la desaparición del asfalto, también comienza una larga cuesta, o eso me parece a mí, y dura, también eso me parece. Los pocos vehículos que pasan ya no lo hacen sin más, ahora te dejan un souvenir de polvo que dura un rato. Empiezo a estar cansado.
Tras una empinada bajada, y 30 kmts más en las piernas, llego a Villa Santa Lucía. Bonito nombre para un pequeño pueblo de casas bajas extendido en una llanura. La gente con la que me encuentro no es muy agradable, posiblemente mala suerte, así que no tardo en montar de nuevo en mi bici pensando en encontrar algo más adelante. Ya llevo 80 kmts recorridos y hasta La Junta me quedan 70 kmts más. Ya me han avisado que en estos 70 kmts están trabajando las máquinas, ensanchando la carretera y echando piedra. En un futuro la asfaltarán, pero ahora hay tramos de llano en el difícilmente puedes avanzar con el desarrollo más ligero. Desesperante, pero calma, si tengo que echar la carpa en cualquier sitio lo hago, como todo el mundo.
A los 30 kmts alcanzo a dos chavales chilenos y me junto a ellos. Yo voy despacio, eso me parece, pero ellos un poco más. Rodamos juntos hasta que llegamos a Villa Vanguardia. Aquí me dicen que ellos siguen hasta La Junta, y yo hago cálculos, quedan unos 30 kmts, unas 3 horas de luz, el piso es un horror y no hay más que repechos. Esto unido a que llevo casi 10 horas desde que he salido de Chaitén, decido quedarme. Nos despedimos y me tumbo en una campa delante de una de las cuatro casas que forman el pueblo. Pienso que no es mal sitio para montar la carpa y dormir.
Pero como soy idiota, sin remedio, al rato de estar ahí, de comprobar que no se ve un ser viviente y que la pequeña tienda de comestibles está cerrada, me incorporo, y en un arrebato de malentendida autoestima, me monto en la bici. ¡Que coño! ¡Yo! ¿No soy capaz de llegar hasta La Junta? Pensando en la alegre vida de este pueblo, con restaurantes, albergues y parques, agarro con fuerza el manillar y, como un puñetero robot, empiezo a pedalear. Alcanzo a los dos chavales, pero su ritmo es desesperadamente lento para semejante reto, y sigo adelante. Ya no canto, ni suelto las manos del manillar, ni miro el paisaje ni saco fotos. Solo intento no maldecir y escudriñar el camino para pasar por la parte menos mala de la carretera.
A la izquierda, veo a una pareja de ciclistas que se han metido por un camino para acampar junto al río. Me entran las dudas y voy mirando de reojo sitios buenos para acampar, pero no, me castigo y sigo. Me doy cuenta que algunos repechos los subo más rápido andando que sobre la bici, y aprovecho para desentumecer los músculos. Destrozado mi cuerpo, mi mente solo se centra en avanzar, avanzar y avanzar. Tan concentrado estoy, que no me percato de que se me ha puesto una pickup a la par. Hasta que no bajan la ventanilla y me gritan, no giro la cabeza. Veo unos trabajadores que se ríen, debe ser de mi cara de zombi, pero llego a entender algo así como un ofrecimiento para subir. ¡Joder! Desconecto el automático, echo mano a los frenos y lanzo mi bici al pickup. Me hago un hueco en la cabina, sin el más mínimo remordimiento por mi mal olor, y me pongo en otro modo automático, el de responder a preguntas y comentarios jocosos durante unos cuantos kilómetros. Llegamos a La Junta. ¡Gracias tíos! Gracias.
La Junta – Villa Amengual
He dormido como un león, pero me despierto al mismo tiempo que los trabajadores que están ensanchando la carretera austral. Desayuno algo y me monto en mi bicicleta sin dar tiempo al sol a asomarse entre las montañas. La carretera sigue igual de mal que la víspera pero ya estoy recuperado, y dormito sobre mi bici un par de horas mientras atravieso la reserva nacional Lago Rosselot. Montes, bosques, prados y ríos se suceden a mi alrededor y la carretera se estrecha. Aquí están en la primera fase de las mejoras de la carretera austral.
Ayer por la noche me explicaron como va esto. Hace unos años la carretera era una estrecha pista que atravesaba la patagonia chilena desde Puerto Montt hasta O´Higgins durante 1300 kmts. Ahora, según me cuentan, la van arreglando por tramos y por fases, según va teniendo presupuesto el gobierno chileno. En la primera fase ensanchan, al tiempo viene otra empresa y lo llena de piedras, luego lo aplanan, así, hasta que acaba la última fase del asfaltado. Dentro de unos años, dependiendo de los presupuestos, toda la carretera estará asfaltada. Y esto se llenará de turistas.
Paso por la inexistente Vista Hermosa, dos casas, y me bajo a la orilla de un pequeño lago estrecho, encajado entre las montañas, el Risopatrón, para descansar y comer algo. Unos kmts más allá, al final de una larga bajada, y en el comienzo de un gran fiordo, me encuentro con la población de Puyuhuapi. Este precioso pueblo lo crearon unos colonos alemanes. Hace 50 – 60 años no vivía ni quisqui en estos extensos territorios, por lo que todo está punteado por asentamientos de colonos. La mayoría chilenos a los que regalaban tierras por venirse aquí a vivir, pero también europeos a los que facilitaban lugares donde comenzar una nueva vida.
A lo tonto, ya he recorrido 45 kmts, y tras tomarme un café con leche y pagarlo a precio alemán, retomo mi bici. Bordeo el fiordo, todavía sin rastro de asfalto, y me adentro hacia el interior por el Parque Nacional Queulat. Atrás he dejado a la izquierda la entrada para dirigirse hacia el Ventisquero Colgante. Un impresionante glaciar cuyo frente cuelga entre montañas, y que toda la gente me decía que no me lo podía perder. Pues me lo pierdo, es lo que tiene la bici y no andar sobrado de tiempo.
Dudo un rato, mientras como algo en el cruce, y sigo adelante. Empiezo a subir la Cuesta Queulat, alguno me ha dicho que es lo más duro de toda la carretera austral, por eso voy mentalizado y lo subo con mucha calma. Prefiero un puerto largo como este, que la sucesión de repechos de la víspera. Arriba me pierdo también el Bosque Encantado, tengo que andar 2 kmts monte arriba para disfrutar de esta maravilla, pero no tengo donde dejar mi bici. Excusas para volver de nuevo en otra ocasión.
Estoy cansado, no agotado, pero muy cansado. Llevo ya recorridos cerca de 100 kmts por la pista de tierra y mi cuerpo comienza a decir que ya basta. Mi mente escucha a mi cuerpo y está a punto de solidarizarse con él pero, en ese momento aparece el asfalto, que unido a un largo descenso, consigue que mi mente pueda convencer a mi cuerpo de seguir. Mi mente está eufórica, pero mi cuerpo receloso, y no le falta razón. Tras el descenso y un largo tramo llano por paisajes increíbles, aparece una subida cementada. Ya te lo decía, le dice mi mente a mi cuerpo. Ya, pero no hay lugar habitado entre Puyuhuapi y Villa Amengual le contesta mi cuerpo, y, continúa, si quieres tiramos la carpa al lado del río, pero es mejor que te esfuerces un poco y descansemos en una cama. Mi cuerpo se calla, pone el modo automático y prosigue con su pedaleo tortuga. Mi mente lo ha conseguido, aunque no está muy contenta y decide ponerse en modo ahorro. Creo que me estoy volviendo loco.
Llego a Villa Amengual con el sol escondiéndose tras las montañas. Tras trece horas y 140 kmts, apoyo mi bici en un poste y me tumbo en una campa. Al rato pasan dos mujeres y me dicen que hay dos albergues, pero que un poco más adelante han abierto un hotelito de cuatro habitaciones, pero que es más caro. ¡A cascarla! Una cama XXL y un baño en el que entraría un futbolín. ¡Hasta me dan de cenar! Los tres estamos en la gloria. Mi mente, mi cuerpo y yo.
Villa Amengual – Coyhaique
De nuevo amanezco cuando amanece. Ya había quedado con los del hotelito para desayunar temprano y me tenían preparado un desayuno de lujo. Arranco con el estómago lleno, asfalto en la carretera y un ligero, pero continuo descenso. Voy atravesando la reserva nacional Lago Las Torres. Me paro un buen rato en la orilla del lago viendo como el sol comienza a iluminar las cimas más altas y, estas se reflejan en el agua. Sigo pedaleando, otra vez feliz, rodeado de bosques, campos montes coronados por glaciares, ríos y manantiales. La carretera está perfecta y no pasa un solo coche. Me suelto de manos, canto, saco fotos y me paro constantemente para regodearme de toda la maravilla que me rodea.
A lo tonto, me recorro los 55 kmts que separan Villa Amengual de Villa Mañihuales. Y digo bien a lo tonto, porque durante este gozoso trayecto se me han olvidado todas las miserias de la víspera y, bueno, no tengo remedio. No me sobran fuerzas, pero tras introducirme en un pequeño restaurante casero de Villa Mañihuales una sopa de arroz con carne, decido continuar. Cualquier otro cicloturista con más conocimiento, hubiera optado por quedarse aquí, no está nada mal el pueblo, o seguir algo más, pensando en tirar la carpa por cualquiera de los maravillosos lugares que hay para acampar. Pero yo no, eufórico por lo vivido esta mañana, me siento capaz de llegar hasta Coyhaique, la ciudad más grande de la región de Aysen.
Tengo 13 kmts hasta Bifurcación Viviana y, desde aquí, dos opciones. A la derecha, por el interior, se acaba el asfalto pero son 53 kmts desde el cruce a Coyhaique. A la izquierda, hacia la costa y Puerto Aysen, es todo asfalto pero 76 kmts, 23 más que por el otro lado. A todo el que he preguntado en el pueblo me ha dicho que mucho mejor por lo asfaltado pero, a estas alturas, ya tenía que saber que a quien no anda en bici, le tienes que pedir descripción, pero no consejo. Así que, al tonto, no se le ocurre otra cosa que ir por el camino largo, que sí, asfaltado y ligero descenso junto al río Mañihuales, pero continuos repechos, mucho tráfico y nada de fuerza en mis piernas. Hasta Villa Mañihuales he sacado muchas fotos, desde ahí ya no tengo ni ganas ni fuerzas.
Cuando llego al cruce de Puerto Aysen a Coyhaique, ya no tengo fuerzas. Ahora sigo el curso de otro río, el Simpson, pero hacia arriba. Voy despacio, muy despacio, y los coches y camiones que circulan entre el puerto y la ciudad me pasan rozando. Aún me quedan 40 kmts, y parece que siento una estúpida atracción por esto de
sufrir encima de una bicicleta. Me voy cagando en todo y castigo mi estupidez avanzando pedalada tras pedalada. En un ligero descenso que me sirve para recuperar, veo a lo lejos un cartel con una flecha indicando a la derecha. Cuando consigo leer lo que pone, dudo como cuando veo unas palmeras en medio de un desierto, Camping Las Torres. Todo mi empeño y cabezonería por llegar a Coyhaique se derrumba y giro por el estrecho camino de tierra en dirección al espejismo.
Un par de kmts más adelante me encuentro con una pequeña casa y un terreno habilitado como camping. El acento de quien me recibe le delata, de Madrid, casado con una chilena. El paraiso, me baño en el río, lavo algo de ropa, charlo. Dos holandesas que recorren sudamérica en una caravana han ido a Puerto Aysen a comprar carne para cenar, a escote. Risas, juerga y, a dormir. Después de esto, sigo pensando que cuando sufres encima de la bici, es porque luego hay recompensa.
Coyhaique – Villa Cerro Castillo
No ha llovido por la noche y el cielo está limpio, pero la humedad lo ha dejado todo empapado. He empaquetado mi carpa totalmente mojada, ya la secaré, y avanzo lentamente en dirección a Coyhaique para recorrer los 30 kmts que no pude terminar ayer. La carretera asfaltada asciende ligeramente, y el intenso tráfico de ayer a desaparecido por completo en este plácido amanecer. A los pocos kilómetros me topo con un pequeño santuario en las rocas rodeado de árboles. Extiendo mi dedo índice y, por un momento, me siento ET.
Reanudo mi marcha y, al rato oigo el ruido de un motor que se acerca renqueando por mi espalda. No se porqué, se me ocurre sacar el brazo izquierdo extendiendo un dedo, esta vez no es el índice, es el pulgar. En un trís, mi bici está encima de un montón de leña, y yo, encajonado entre dos colonos que van a la ciudad a vender su mercancía. Me cuentan la vida de los colonos, la facilidad con la que pescan salmones y truchas en cualquiera de los ríos de la zona, los trapicheos con los argentinos a pocos kilómetros de Coyhaique. Estoy cómodo y feliz, dejando que este cacharro nos suba la dura y larga cuesta que lleva hasta la ciudad. No era bueno este esfuerzo a estas horas de la mañana, me consuelo.
Me cuesta salir de Coyhaique, a pesar de ser domingo está todo abierto. Hay cafeterías, supermercados, tiendas de deportes y, hasta turistas. Ya me han avisado que a partir de aquí, poca cosa, que si tengo que sacar o cambiar dinero, esta es la última oportunidad. Lo hago, me paseo por sus calles, me compro una gorra para el sol y, perezosamente, me pongo en marcha. El clima ha cambiado en esta zona, mucho más seco, y el paisaje también, más cercano a la pampa que a los bosques y ríos de atrás. Carretera asfaltada, repechos, viento y bastante tráfico durante los 40 kmts que me llevan hasta el cruce de Balmaceda.
La carretera sigue hacia Balmaceda y su aeropuerto y, un poco más allá, otra frontera con Argentina. Yo giro a la derecha, por la Carretera Austral, con mejor piso y escaso tráfico, pero no tardo en encontrarme con otra subida. Mi cuerpo se está habituando a las palizas sobre la bici, pero el cansancio y algo de conocimiento sobrevenido me hacen ir tranquilo. Despacio y disfrutando de los paisajes de la Reserva Nacional Cerro Castillo que estoy atravesando, consigo llegar hasta lo alto del puerto. Aquí hay un camping muy chulo, en medio de un bosque con un pequeño río y manantiales. Buen sitio para parar y comer algo.
Esta hora larga me ha sentado de cine. Me ha faltado el cafecito, y que no hubieran estado esos críos corriendo y gritando por ahí. Tanta soledad me está volviendo… bueno. Retomo mi soledad con un llano que bordea un pequeño lago y, empieza una larga bajada. Buah! Que gozada! Una larga bajada hasta el cruce de Puerto Ingeniero Ibañez. Un pueblo que está al borde del lago General Carrera en su parte chilena, y que se llama lago Buenos Aires en su parte argentina. Pero no bajo a este puerto, sigo a la derecha por la Carretera Austral, este enorme lago lo conoceré mañana, después de un largo rodeo.
Los 10 kmts que me faltan a Villa Cerro Castillo son llanos y los disfruto. No voy con agobios, por primera vez llego tranquilo y sobrado de luz. Pero estoy chalado, pienso en que hoy “solo” me he tragado 120 kmts. El cansancio se acumula, pero el cuerpo se habitúa. Hay camping y algún hotelito, el turismo comienza poco a poco también por aquí. Finalmente me alojo en una casa particular donde una señora, al tanto de este incipiente turismo, ha habilitado tres habitaciones con baño comunitario. Con paredes de tabla de madera, entramos justo la cama, las alforjas y yo. Unas chavalas del pueblo que han montado un restaurante en un viejo autobús abandonado, me dan de cenar. A través de la ventanilla, el sol se pone tras la montañas y glaciares que rodean al pueblo.